SAMUEL OBIANG
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Nadie pronunció la palabra “exilio”

Guinea Ecuatorial: ¿cuándo asumiste tu exilio?

Mi padre no la pronunció porque imagino que jamás en su vida pensó en enviar a un hijo suyo al “exilio”. Yo tampoco la dije, pero la sentí.

Nzé Esono Ebalé*

Nadie pronunció la palabra “exilio”

Era septiembre de 2018, pero he decidido olvidar el día. Mi padre - miembro del gobierno dictatorial que me expulsaba de mi país después de meses encarcelado - se había encargado de que no hubiera nadie en aquella sala de espera del aeropuerto internacional de Malabo, capital de Guinea Ecuatorial. 

Estábamos solos. Mi padre, yo y mi hijo, su nieto adolescente, que se tenía que quedar en el país en unas condiciones difíciles. Estábamos solos mi padre, yo, y mi hijo, y nos despedimos hablando de las cosas que se hablan en familia: se pronunciaron los nombres de mis hermanas y comentamos las dificultades que comportaba la situación a la que nos enfrentábamos. Intentamos, cada uno a su manera, recordar lo mucho que significaba ese país mío que me obligaban a abandonar después de haber pasado demasiados meses en una cárcel terrible acusado de un crimen terrible: dibujar, dibujar sátira política contra el tirano que manda en Guinea Ecuatorial desde 1979 –hace más de 45 años– y que es el más longevo de los dictadores del mundo: Teodoro Obiang Nguema.

Hablamos y hablamos de casi todo lo que se puede hablar en una situación así, pero nadie pronunció la palabra “exilio”. Mi padre no la pronunció porque imagino que Don Tomás, que así se llama mi anciano padre, jamás en su vida pensó en enviar a un hijo suyo al “exilio”. Yo tampoco la dije, pero la sentí. 

Desde aquel día de hace 7 años y, aunque nadie en aquella despedida pronunció la palabra exilio, hubo y hay mucho sacrificio y también mucho dolor. No solo el mío y el de mi familia. 

Desde aquel día de hace 7 años, y aunque nadie en aquella despedida pronunció la palabra exilio, me siento exiliado porque el gobierno de mi país, amparado por las leyes dictatoriales, me impide tener mis derechos como ciudadano. 

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Desde aquel día de hace 7 años, y aunque nadie en aquella despedida pronunció la palabra exilio, me deniegan el pasaporte que me corresponde y que les he exigido sin éxito. Desde aquel día de hace 7 años, y aunque nadie en aquella despedida pronunció la palabra exilio, he tenido que reclamar a las autoridades españolas mi consideración como exiliado y refugiado político. Es lo que soy, aquí y ahora, en Madrid, donde vivo.

Desde aquel día de hace 7 años, y aunque nadie en aquella despedida pronunció la palabra exilio, sigo sin aceptarla. No me gusta. No me acostumbro a utilizarla. No quiero usarla porque, aunque mis circunstancias son claras y trato de no confundir mis deseos con la realidad, siento que si la dejo entrar en mi cabeza es como si me rindiera a la dictadura que gobierna mi país. 

No aceptar esa palabra “exilio” es una gran motivación y, aunque mucha gente me dice “asúmelo, chaval”, yo siempre les contesto que “si no acepto esa palabra, si esa palabra no tiene espacio en mi cabeza, no existe”.

Y es que, como siempre suelo decir, yo no estoy exiliado porque estuve en la cárcel por dibujar contra un dictador. A mí me expulsaron de mi país por “amor”. En mi cabeza, la palabra “amor” sustituye a “exilio”: yo estoy exiliado porque amo a la libertad, amo los derechos humanos; amo el arte activista y amo la libertad de expresión. 

Amo todas esas tantas cosas que aún no existen en mi país.

*Artista de Guinea Ecuatorial exiliado en España