<p>Entre mayo y junio de 2025, al menos 40 periodistas y un número incalculado de defensores de derechos humanos han salido de El Salvador de forma preventiva, debido a la magnitud del acoso y las amenazas de detención por parte de la dictadura de Nayib Bukele, que durante mayo ejecutó una escalada de persecución. Algunas de las personas mencionadas en esta historia salieron tras las detenciones de la defensora de derechos humanos y activista anticorrupción Ruth López, de los ambientalistas Alejandro Henríquez y José Ángel Pérez y del abogado constitucionalista Enrique Anaya. Todas eran voces críticas de Bukele. </p>
Carlos Barrera
Carlos Barrera
Hoy, entre las decenas de periodistas refugiados en Guatemala, hay hermetismo e incertidumbre. En alguna reunión se recrimina la presencia de una cámara. Es normal: hay muchas más preguntas que respuestas. Varios colegas no quisieron aparecer en este ensayo fotográfico. Muchas reuniones donde decenas de periodistas de diferentes medios discutieron con sus caras alargadas y ojerosas opciones para volver no podrán ser mostradas. Al menos no aún.
Estas escenas son fragmentos de una realidad que aún cuesta digerir. Ninguno de los recién llegados tiene una base fija: cada cierto tiempo hay que cambiar de hospedaje, cargar con lo poco que uno llevó para un viaje que iba a ser de una semana. Muchas veces se evita ir al supermercado porque, después, toca buscar otro apartamento en Airbnb. Los colegas hacen malabares con el dinero, para alquilar entre varios o para alquilar lejos de las capitales, en municipios donde sea más barato.
En las conversaciones, siempre surge la idea del retorno. “¿Qué vas a hacer al volver?”. He escuchado esa pregunta tantas veces en estos días. He visto a colegas hablar todas las noches con sus hijos por teléfono. A todos nos cuesta asumir el adjetivo de “exiliado”, pero cada vez más deja de ser un rumor lejano y es una preocupación constante: hay colegas que, tras obtener mejor información de fuentes policiales o fiscales, han cancelado tres veces su intento de volver al país.
Para muchos, El Salvador ya no es una opción para ejercer el periodismo. Han decidido no volver porque tienen información de que serían capturados, porque creen que de seguir en el país pueden acarrear consecuencias para sus familiares o porque, luego de la aprobación de la Ley de Agentes Extranjeros, que arrebatará el 30 % más de los ingresos a quien la dictadura de Bukele considere un agente extranjero, pensaron que sus vidas serían inviables en El Salvador.
Dormir poco se ha convertido en algo cotidiano para estas decenas de periodistas que hoy peregrinan de apartamento en apartamento en ciudades de México, Guatemala o Estados Unidos.
Estos son fragmentos de esa cotidianidad, de una historia incompleta, que apenas empieza, que aún es una duda abierta, en la que falta mucho camino y faltan muchos más: periodistas, activistas, defensores de derechos humanos, críticos de la dictadura. En El Salvador, tan golpeado por exilios masivos en la guerra civil, en los años más violentos del control pandillero, hoy asoma un nuevo exilio aún compuesto por decenas de salvadoreños: el de los que no piensan como Bukele y lo dicen.
La periodista Mónica Rodríguez y su pareja, Steve Magaña, cubrieron el plantón que las familias de la cooperativa El Bosque realizaron del 9 al 12 de mayo en los alrededores de la residencia de Nayib Bukele. La protesta culminó con la captura del pastor José Ángel Pérez y el abogado Alejandro Henríquez. Una semana después, según Mónica, policías vestidos de civil llegaron a preguntar por periodistas en la cooperativa El Bosque, indagando sobre el papel de Radio Bálsamo en la comunidad. El 19 de mayo despertaron con la noticia de la detención de Ruth López; decidieron entonces dejar su casa y trasladarse a lugares seguros hasta que, el día 23, salieron hacia otro país con un par de prendas. Mónica y Steve tienen el antecedente de un allanamiento por parte de la Fiscalía a su casa el 4 de diciembre de 2024. En esa ocasión, se incautaron computadoras, celulares y discos duros, que hasta la fecha no han sido devueltos. No han sido acusados de ningún delito. “Yo creo que la razón por la que nos movimos también, aparte de cuidar nuestra integridad… como periodista es un poco alejarnos de las personas que queremos, porque estando es más peligro; somos un riesgo”, dijo Mónica.La mayoría de los periodistas que llegaron a Guatemala buscaron hospedaje en apartamentos alquilados en Airbnb. Otros fueron acogidos en albergues donde intentaron mantener una vida cotidiana normal, aunque resultó imposible. En uno de esos albergues, la estufa eléctrica no funcionaba, así que tuvieron que comprar una “resistencia eléctrica”: un cable montado en una pequeña estructura metálica. Así cocinaban para tres personas. “El Salvador ya no es viable para hacer periodismo”, me dijo Jorge Beltrán Luna, de 56 años, mientras subíamos en el ascensor de un edificio en la ciudad de Guatemala. Beltrán Luna es periodista de El Diario de Hoy. Llegó a Guatemala el 14 de junio. Tardó una semana en planificar su salida tras el arresto, el sábado 7, del abogado constitucionalista Enrique Anaya. “No he dormido bien desde la captura de él. Ese día dije que aquí, en El Salvador, ya no es posible estar”.“Siento tan feo que se vaya, por las cosas que pasaron las está pagando con la separación de nosotros. Siento que perdí todo lo de 33 años de vida juntos, momentos difíciles y también bonitos. Pero un día primero Dios estaremos juntos si todo va bien”, dice un fragmento de una carta que la esposa de Beltan Luna le entregó antes de su salida.De una bolsa blanca, Jorge Beltran sacó decenas de pastillas que son parte de los medicamentos recetados que toma constantemente. En total, se abasteció con medicamentos para tres meses, “Uno nunca sabe a qué lugar va a ir a parar. Yo no sé cómo es la compra de medicamentos aquí, así que prefiero estar abastecido”, explicó. Varios periodistas salieron de El Salvador este junio con una dotación mínima de medicamentos que les son indispensables.El 7 de mayo de 2025 salí de El Salvador sin saber que luego no podría regresar, o al menos sin tener la certeza de que podría hacerlo. Recibí el World Press Photo en Ámsterdam ese mismo mes. Allí conocí a otros fotoperiodistas en situaciones complejas, como Ye Aung Thu, quien, debido al conflicto interno, no podía regresar a su natal Birmania. “No regreso porque no quiero exponer a mi esposa y a mi hijo”, me dijo Ye Aung Thu. Esa frase ahora la escucho repetida en los colegas que han abandonado El Salvador: se protegen a sí mismos y, al mismo tiempo, a sus familias. Muchos prefirieron no aparecer en este reportaje por esa misma razón, para proteger a alguien más.Todo lo que mis colegas y yo tenemos ahora cabe en unas maletas. Algunos, bajo anonimato, me dijeron que salieron del país con lo único que llevaban puesto y unos pares de ropa interior, y que de a poco compran prendas para poder vestirse. Aquí, las cosas cotidianas se han vuelto anormales. Por ejemplo, evitamos comprar muchas cosas en el supermercado debido a los continuos cambios de hospedaje. Cuando nos movemos, nos llevamos lo que podemos; algunas cosas quedan en los refrigeradores. Estamos constantemente buscando un lugar para rentar.En la wallet de mi celular aún está el pase electrónico que nos llevaría, a algunos compañeros de El Faro y a mí, de Costa Rica hacia El Salvador el sábado 7 de junio. Después de un tiempo preventivo fuera, que se extendió durante semanas, parecía que lo teníamos todo calculado. Hablábamos de qué haríamos al volver: unos pensaban ir a la playa, otros a ver a familiares, a recoger a sus mascotas, a pasear con sus hijos. Una noche antes de tomar el vuelo 630 de Avianca, una fuente diplomática dio aviso de un despliegue policial para capturar a periodistas de El Faro a su llegada al Aeropuerto Monseñor Romero de El Salvador. Decidimos no tomar ese vuelo y viajar días después a Guatemala para reagruparnos y pensar en qué hacer. Para cuando esto se publique, algunos colegas que no abordaron ese vuelo habrán pasado más de dos meses sin regresar al país.“Nadie quiere que se lo trague una cárcel salvadoreña”, dijo la periodista Arelí, nombre ficticio para proteger su identidad, antes de iniciar la búsqueda de su segundo hospedaje en la Ciudad de Guatemala, el 16 de junio de 2025. Había llegado a Guatemala el 8 de junio, un día después del arresto del abogado constitucionalista Enrique Anaya, quien fue detenido en su casa de Santa Tecla bajo acusación de lavado de dinero y activos, y que ahora enfrenta un juicio secreto, como todos los de alto perfil en la dictadura salvadoreña y también los más de 85,000 de personas capturadas bajo el régimen de excepción. Arelí asegura que, por ahora, es mejor estar lejos de su familia: “Yo los quiero proteger a ellos, a mis familiares, por eso también me vine, porque no quiero que vaya a llegar la Policía a sus casas, así como ha pasado con algunos periodistas”, expresó.“En estos últimos días, nadie se te quiere acercar en El Salvador; la gente se te aleja”, dijo un colega. “La gente te pide borrar los chats o que no le llamés. Te ven como un leproso”, me mencionó otra colega. Con esas frases rebotando en mi mente, desperté la madrugada del 24 de junio en Ciudad de Guatemala. Tomé mi celular y grabé para no olvidar ese pensamiento y luego escribirlo. El insomnio es una presencia constante en estos días. Antes de volver a intentar dormir, frente a la luz de mi computadora y de la ciudad que no es mía, tomé por última vez el teléfono para grabar esta frase que me dijo la esposa de un colega: “Hasta mis amigas me dejaron de contestar”.“Cuando estuve pensando en cómo me iban a pagar por la entrada en vigor de la Ley de Agentes Extranjeros, tomé la decisión de salir; las cosas solo van a ir a peor”, dijo Eric, nombre ficticio para proteger su identidad, en su lugar de hospedaje. El 31 de mayo preparó su mochila solo para cuatro días. El día que hablamos, ya iban 12. El mismo día que iba a salir, llegaron al pasaje de su casa militares, a una residencia privada en una zona donde es rara la presencia de militares. Eso llevó a Eric a tomar una decisión contundente: “Por eso yo he decidido no volver al país de manera definitiva. Lo que sea que haga, lo haré desde cero en otro lado”, concluyó.Desde finales de 2021, la cotidianidad de los periodistas de El Faro se vio alterada luego de que, tras varios análisis realizados por Citizen Lab, laboratorio especializado en ciberseguridad de la Universidad de Toronto, se concluyera que 22 miembros del periódico fueron intervenidos por el software Pegasus. Hasta la fecha, durante las reuniones, todos los teléfonos son retirados y llevados a otra habitación, alejados de los periodistas para evitar cualquier filtración de información. En la imagen, al menos 22 periodistas de El Faro y de otros medios, reunidos una noche de junio en Ciudad de Guatemala, para hablar de sus salidas del país, entregan sus celulares al colega que los recoge en una caja, para sacarlos del salón.El 23 de junio de 2025, después de entrevistar a otros periodistas, caminaba por los pasillos de unas instalaciones religiosas que hospedan a periodistas y activistas que han salido por temor a capturas en El Salvador. En una de las partes más oscuras, el reflejo de la poca luz de los días lluviosos de Guatemala hacía brillar la esquina de un cuadro de Monseñor Óscar Arnulfo Romero. Instantáneamente, hizo eco en mí una de las más célebres frases dichas por Romero: “El periodista, o dice la verdad, o no es periodista”. Quizás sea un mecanismo de consuelo. “Hacer bien nuestro trabajo es lo que nos tiene aquí”, nos repite el jefe de redacción de El Faro, Óscar Martínez.Hasta el 13 de junio, la Asociación de periodistas de El Salvador documentó el desplazamiento forzado de al menos 40 periodistas, a lo que llamó un “éxodo masivo”. Sin embargo, no hay un número claro de defensores de derechos humanos que salieron después de la captura de Ruth López el 18 de mayo. Ingrid Escobar, una de las más potentes e internacionales voces contra el régimen de excepción, directora de Socorro Jurídico Humanitario, llegó a Guatemala el 8 de junio procedente de San Salvador, junto a sus dos hijos, después de padecer el acoso constante de la Policía en su casa. Dejó Guatemala la madrugada del 11 de junio: “No me arrepiento de todo el trabajo que hemos hecho con Socorro Jurídico. Seguramente volveré a trabajar con más fuerza. Ahora debo irme ya, ni modo”, me dijo antes de entrar al aeropuerto internacional de La Aurora para continuar con su exilio en otro país.