El destierro, la cárcel o la muerte

<p>El sueño de los dictadores es gobernar un territorio habitado por gente cuyo único acto político es el aplauso al tirano. No tienen cabida en su feudo los críticos, los opositores ni quienes insisten en limitar su poder subordinándolo a constituciones y leyes. Para esos hay solo tres opciones: el destierro, la cárcel o la muerte.</p>

El Faro

Los tres mecanismos de supresión están activos en la dictadura que Bukele construye en El Salvador. Desde que inició el régimen de excepción, hace tres años, más de 400 personas han muerto en las cárceles salvadoreñas, muchas de ellas bajo tortura. Más de 85,000 salvadoreños han sido detenidos arbitrariamente y, por primera vez desde el fin de la guerra civil, las cárceles hospedan a decenas de presos políticos.

Miles de salvadoreños, entre ellos jueces, defensores de derechos humanos, ambientalistas, sindicalistas, periodistas, abogados, empresarios, políticos opositores o simples críticos del régimen en redes sociales han abandonado forzosamente el país para evitar caer en el hoyo negro de las cárceles de Bukele. Lo han hecho, hasta hace poco, discretamente. 

Pero desde mayo pasado, cuando el régimen incrementó la persecución a voces críticas y capturó a decenas de personas, el exilio se ha vuelto visible y masivo. Entre estos exiliados hay medio centenar de periodistas y trabajadores de medios informativos. Varios laboran en El Faro.

Es triste, pero no sorpresivo, que el exilio irrumpa nuevamente en nuestra vida nacional. Su regreso es acompañante obligado del retorno de la persecución política, de la tortura sistemática, de la impunidad de los cuerpos de seguridad. Del retorno de la dictadura. El exilio rasga una vez más la vida nacional.

La tragedia personal del exiliado es grande; lo es también la pérdida para el país de ciudadanos que convendría más tener adentro participando activamente en nuestra vida pública, aportando desde sus campos de especialidad a la construcción de una mejor sociedad. Esto lo sabemos muy bien, porque El Salvador ha vivido repetidamente ciclos de exilios que nos privaron de la contribución de valiosos salvadoreños y salvadoreñas. 

Los grandes beneficiados con este nuevo exilio son quienes se oponen al ejercicio de nuestros derechos y libertades: los delincuentes y corruptos que hoy se enriquecen amparados en la impunidad obsequiada por la dictadura. Por eso pedía a gritos el presidente de la Asamblea, Ernesto Castro, que se fueran del país los periodistas que se niegan a reproducir el discurso oficial: “¡Que se vayan!”. 

Ante la falta de acceso a información pública, ante la destrucción de las instituciones encargadas de ejercer contraloría y ante la parálisis del poder judicial mediante el golpe perpetrado por Bukele, es el periodismo el que ha revelado el involucramiento de Castro y de su esposa, Michelle Sol, en varios casos de corrupción que no han sido perseguidos por el fiscal que Bukele, Castro y sus minions impusieron.  

Es el periodismo el que ha revelado los pactos de los hermanos Bukele con organizaciones criminales, la multiplicación de sus propiedades y sus abusos de poder.

Es el periodismo el que ha revelado que el fiscal Rodolfo Delgado ha sido defensor de pandilleros y narcotraficantes. El que descubrió los pactos de Casa Presidencial con las pandillas, la liberación ilegal de cabecillas pandilleros; y decenas de actos de corrupción que involucran a altos funcionarios de la dictadura. 

Son el periodismo y las organizaciones de defensa de derechos humanos quienes han denunciado las detenciones arbitrarias del régimen, el retorno de la tortura sistemática en las cárceles, la impunidad y el abuso de los cuerpos de seguridad.

El régimen de Bukele ha arreciado sus ataques y ha entrado en un camino represivo sin retorno. Su intención es eliminar todo obstáculo a sus ilusiones de poder absoluto y eso solo puede lograrlo silenciando las voces distintas a la suya mediante la muerte, la cárcel, el destierro o el miedo a las anteriores; y suprimiendo nuestras libertades.

Hace casi dos años, El Faro se declaró un periódico en resistencia contra la dictadura y sus instrumentos para silenciarnos. Para entonces, ya estábamos legalmente exiliados en Costa Rica. Ahora el exilio alcanza también a una parte importante de nuestro personal, a decenas de colegas, a representantes de la sociedad civil y defensores de derechos humanos.

Estar fuera del país, por el tiempo que sea, permite también seguir ejerciendo nuestras libertades. En tiempos de dictadura, la libertad solo puede ejercerse en la acción pública y en contrapunto directo con el aplauso que exige el poder. A nosotros nos toca hacerlo desde el periodismo. Adentro o afuera, seguimos en resistencia.