Opinión/Política

¿Qué fue lo que dijo The Economist que hizo estallar a Bukele y su jefe de espías?

Entonces, ¿por qué una sola publicación de The Economist provocó una reacción tan virulenta del presidente y su jefe de inteligencia? La clave está en la audiencia: The Economist no informa al público salvadoreño —ya sometido a una narrativa oficialista dominante—, sino a las élites económicas, diplomáticas y políticas globales.

Marvin Recinos
Ricardo Valencia

El pasado 1 de junio de 2025, en lo que debió ser una sesión solemne para rendir cuentas sobre su gestión entre 2024 y 2025, el presidente inconstitucional Nayib Bukele dedicó buena parte de su discurso a atacar a la prensa nacional e internacional. Uno de sus blancos fue el influyente semanario británico The Economist, que recientemente publicó un extenso exposé sobre la consolidación de su poder autoritario y su transformación en lo que califican como un dictador cruel. The Economist es el medio de referencia para las elites económicas liberales de Europa y forma parte de un consorcio de empresas entre las que está la Unidad de Inteligencia de The Economist, que según su sitio web, “ofrece asesoramiento sobre las implicaciones específicas de cada país para los planes estratégicos, las operaciones comerciales y las decisiones de inversión.”

Desde la tarima, Bukele respondió con desdén. Dijo no importarle que lo llamaran "dictador" y lanzó una amenaza velada a periodistas y miembros de organizaciones no gubernamentales, advirtiendo que ninguno de ellos goza de "inmunidad" ante posibles delitos. Sus palabras se enmarcaron en un contexto tenso: la reciente detención de Ruth López, abogada de derechos humanos de Cristosal —a quien The Economist catalogó como la primera prisionera política del régimen—, y la salida del país de varios periodistas luego de publicar un reportaje en el que líderes de pandillas confirmaban pactos con el gobierno.

Aunque los ataques de Bukele contra la prensa son frecuentes, lo que sorprendió esta vez fue la reacción de uno de sus funcionarios más discretos: Peter Dumas, jefe del Organismo de Inteligencia del Estado (OIE), una entidad con funciones similares al FBI y la CIA. Dumas, exconcejal de San Salvador y amigo cercano del presidente, rompió su habitual silencio para acusar a The Economist de hacerle el juego a “la izquierda” y amplificar voces financiadas por intereses extranjeros. Como Bukele, Dumas comparte un pasado en el mundo de la publicidad, con un breve periodo como jefe de la policía municipal de la capital salvadoreña. La relación principal de Dumas con la industria de inteligencia parece haberse iniciado a través de contactos familiares.

No era la primera vez. Semanas antes, tras una investigación del medio El Faro sobre los acuerdos secretos entre el gobierno y las pandillas, Dumas también atacó públicamente a los periodistas, usando la misma frase que luego repetiría Bukele: “no pueden escudarse por siempre en el fuero invisible del periodismo”.

Desde que asumió el control de la inteligencia salvadoreña hace seis años, Dumas ha mostrado poco interés en amenazas a la seguridad nacional en el sentido clásico. Su principal objetivo ha sido moldear la percepción internacional del régimen. En 2021, incluso contrató una firma de cabildeo en Washington para establecer vínculos con el Congreso estadounidense. Bajo su gestión, el presupuesto de la OIE pasó de un estimado inicial de un millón de dólares a recibir más de $43 millones en refuerzos, operando como una caja negra bajo el control directo de Bukele.

Entonces, ¿por qué una sola publicación de The Economist provocó una reacción tan virulenta del presidente y su jefe de inteligencia? La clave está en la audiencia: The Economist no informa al público salvadoreño —ya sometido a una narrativa oficialista dominante—, sino a las élites económicas, diplomáticas y políticas globales. Y ese es un terreno que el régimen intenta controlar con especial cuidado, porque ahí se define su legitimidad internacional, su acceso a inversión extranjera y su relación con actores clave como Estados Unidos.De hecho, otros medios de peso comienzan a señalar lo mismo. The Wall Street Journal —conservador e influyente entre las élites capitalistas estadounidenses— ha publicado reportajes que confirman las alianzas de Bukele con pandillas. Una de sus columnistas más reconocidas, Mary Anastasia O’Grady, expresó su sorpresa por la falta de reacción del secretario de Estado Marco Rubio ante estas revelaciones.

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Aunque Bukele ha intentado minimizar el impacto de estas críticas, comparándolas con cuestionamientos previos a su historial en derechos humanos, lo cierto es que esta vez la situación es distinta, tanto por la calidad de los señalamientos como por su contexto. Los reportajes de The Economist y The Wall Street Journal no solo llegan a los escritorios de los principales ejecutivos del mundo tanto en Londres como en Nueva York; también se filtran en los análisis de las agencias calificadoras de riesgo.

Y eso complica seriamente la tan proclamada prosperidad económica que Bukele ha prometido desde la instauración del régimen de excepción.No es la primera vez que el presidente hace promesas grandilocuentes. La más notoria ocurrió en 2021, cuando adoptó el Bitcoin como moneda oficial, vendiéndolo como el inicio de una revolución económica. Pero ese paraíso digital nunca llegó y el Bitcoin ya no tiene circulacion obligatoria: El Salvador es hoy la economía con menor crecimiento y la que recibe menos inversión extranjera en toda Centroamérica.

A esto se suma un aumento sostenido de la pobreza extrema y recortes en programas sociales, todo mientras Estados Unidos refuerza sus restricciones a la migración indocumentada, lo que podría generar presiones sociales crecientes en el mediano plazo.

En este contexto, Bukele y Dumas parecen haber perdido el control de sus emociones. Su capacidad para encarcelar inocentes e intimidar a la disidencia dentro de El Salvador no se traduce en influencia sobre las élites económicas globales. La paradoja es evidente: el autoritarismo que se vendió como la solución definitiva a la violencia —y, por tanto, a la falta de inversión— se puede estar convirtiendo en uno de los principales factores que ahuyentan al capital extranjero.

Por eso Bukele y su espía no pueden parar de quejarse de The Economist.Y eso complica seriamente la tan proclamada prosperidad económica que Bukele ha prometido desde la instauración del régimen de excepción.

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