El orden mundial según MAGA
<p>Una potencia delega la represión en un socio más débil, dispuesto a hacer el “trabajo sucio” a cambio de favores diplomáticos, dólares y reconocimiento internacional. Es una relación profundamente desigual, pero funcional. Y representa, a fin de cuentas, una versión incipiente del orden mundial que el trumpismo quiere consolidar.</p>
Ricardo Valencia
Cuando el presidente autoritario de El Salvador, Nayib Bukele, ofreció al entonces mandatario estadounidense Donald Trump un acuerdo “especial” para que Estados Unidos enviara inmigrantes venezolanos a cárceles salvadoreñas, la propuesta fue tan clara como inquietante. La familia Bukele ofrecía una ganga: alrededor de cinco millones de dólares por encarcelar a 200 venezolanos, la mayoría sin antecedentes penales. Y, por si fuera poco, el precio podía reducirse a la mitad, como lo prometía unos de los hermanos de Bukele- si Washington accedía a deportar a ciertos líderes pandilleros que el propio gobierno salvadoreño había liberado años antes. La llegada de los venezolanos —y del salvadoreño Kilmar Abrego, deportado por error— desató una tormenta mediática. Bukele fue retratado ante la opinión pública estadounidense como una de dos cosas: un dictador brutal del Tercer Mundo o un aliado servil de un presidente dispuesto a externalizar la represión migratoria sin reparar en los costos humanos ni legales.
Para el gobierno Trump, era una oferta difícil de rechazar. Por una “ cantidad justa” de dinero, el gobierno de Bukele promocionaba al CECOT, la cárcel salvadoreña de máxima seguridad, con orgullo como una especie de agujero negro del sistema penal: un lugar del que, según su retórica, nadie salía. Ubicado en una república con escasa relevancia geopolítica —pero que ha sido fuente constante de migración hacia el norte—, el CECOT se transformó en el escenario perfecto para ejecutar una política migratoria que busca esconder la crueldad más allá de las fronteras estadounidenses.
La lógica detrás de este arreglo es tan antigua como brutal: una potencia delega la represión en un socio más débil, dispuesto a hacer el “trabajo sucio” a cambio de favores diplomáticos, dólares y reconocimiento internacional. Es una relación profundamente desigual, pero funcional. Y representa, a fin de cuentas, una versión incipiente del orden mundial que el trumpismo quiere consolidar.
Este modelo —el del llamado “orden mundial MAGA”— propone una nueva división del trabajo global entre aliados —unos más autoritarios que otros— que comparten una misma cosmovisión: el poder se concentra en los Estados nación; los compromisos multilaterales —acuerdos migratorios, pactos de derechos humanos, tratados comerciales— se ven como amenazas a la soberanía. La cooperación internacional se reemplaza por transacciones bilaterales opacas y desideologizadas, donde lo que cuenta es la utilidad política, no la legalidad o la ética. En este club MAGA, se celebran los valores “judeocristianos” y los éxitos de un Occidente en supuesta amenaza por el islam, los derechos de las minorías sexuales y étnicas.
El centro de esta alianza sui generis es Washington. Pero sus ecos ya resuenan con fuerza en Europa, donde una ola de partidos de extrema derecha —algunos anteriores a Trump, otros abiertamente inspirados en él— busca desmantelar el orden liberal europeo. Su objetivo no es solo frenar la migración, sino erosionar la arquitectura institucional que dio forma a la Unión Europea: integración regional, supranacionalismo y una política común en materia de derechos y libertades.
En este club MAGA, Trump se sienta en la cumbre. En un segundo nivel se alinean figuras como Viktor Orbán en Hungría, Geert Wilders en Países Bajos y Alternativa para Alemania (AfD), todos dispuestos a reescribir las reglas de juego europeas desde adentro. Juntos configuran una red informal, pero poderosa, de líderes que comparten una idea clara: la migración es una amenaza, los derechos humanos son negociables y el poder no se comparte.
Debajo de Trump, pero tal vez al lado de los europeos, el presidente argentino, Javier Milei, se erige como el representante para Latinoamérica. Milei es uno de los ideólogos de un anarcocapitalismo que se abraza con el MAGA de Trump al proponer recortes públicos “moto sierra” que disminuyan lo que muchos miran en Washington: la influencia de burócratas izquierdistas en las políticas públicas. Milei, como profeta, también ofrece una serie de ventajas inusuales: una nación con ventajas energéticas y acceso a minerales estratégicos para la competencia que Washington tiene con China. La alianza de Trump con Milei tiene sentido estratégico para la posición de Estados Unidos frente a China y funcional por que apoya a un aliado ideológico que secunda a Washington en su votación a favor de Israel en las Naciones Unidas. Esta alianza se ha consolidado con un acuerdo en el que Washington ofrece ayuda económica de cerca de $20 mil millones a Milei para aliviar una economía en caída libre y en la cual una de las víctimas puede ser la gobernabilidad de Milei en las elecciones de octubre en Argentina.
En el piso de la pirámide del nuevo orden MAGA está Bukele. Mientras Milei ofrece los recursos atractivos para una lucha de largo plazo con China y el beneficio de una élite económica en Estados Unidos, la importancia de El Salvador se reduce a colonia penitenciaria. Trump no ha ofrecido a Bukele ventajas económicas como las de Milei. Todo lo contrario: mientras Washington recorta la cooperación a El Salvador, uno de los pocos fondos de dinero fresco que Estados Unidos ha entregado al país son los cerca de cinco millones de dólares para encarcelar a los venezolanos y a Abrego. El Salvador se ha convertido en un gasto menos para la presidencia de Trump.
Esta arquitectura geopolítica MAGA ofrece muy pocas diferencias con el orden mundial que se construyó después de la Segunda Guerra Mundial y que se solidificó tras la caída de la Unión Soviética a principios de los noventa. Lo que sí hace es desnudar la cruda realidad geopolítica. La versión de Washington de Trump ya no quiere dar dinero para vacunas ni para reparar escuelas y construir proyectos habitacionales, pero ofrece a líderes en la base de la pirámide de poder como Bukele migajas y la oportunidad de su vida: sacarse una foto con Trump y presumirla con amigos y enemigos. En ese gesto —una foto, una limosna y un guiño de poder— se resume el nuevo orden MAGA: menos cooperación, más espectáculo; menos derechos, más control; menos mundo, más Trump.