Bukele, el dictador que vende orden pero siembra incertidumbre

<p>El 31 de julio de 2025, la Asamblea Legislativa de El Salvador —controlada en su totalidad por el presidente Nayib Bukele y sus aliados— aprobó una reforma constitucional que autoriza la reelección presidencial indefinida y extiende el mandato a seis años.</p>

Ricardo Valencia

El 31 de julio de 2025, la Asamblea Legislativa de El Salvador —controlada en su totalidad por el presidente Nayib Bukele y sus aliados— aprobó una reforma constitucional que autoriza la reelección presidencial indefinida y extiende el mandato a seis años. Aunque alarmante, era algo esperado. América Latina ya ha vivido retrocesos similares: Pinochet en Chile, Fujimori en Perú, Chávez en Venezuela, Ortega y Murillo en Nicaragua. Pero lo que diferencia a El Salvador no es la historia, sino el contexto: un país pobre y sin ventajas estructurales, a diferencia de Venezuela, un gigante petrolero, o Chile, una potencia minera.

 Citi Research, el ente de investigación de la firma financiera Citigroup, advirtió que esta perpetuación en el poder puede ahuyentar a los inversionistas.Esto probablemente se debe a que el proyecto autoritario de Bukele no se apoya en un Estado fuerte ni en una economía sólida, sino en un país con desinversión pública constante, una élite que no se interesa por un desarrollo para todos y una gran dependencia de las remesas.

 Sin petróleo, minerales ni ubicación estratégica, con un mercado interno limitado y un sistema fiscal injusto, el crecimiento económico bajo Bukele es tan mediocre como el de sus predecesores, pese a su propaganda sobre seguridad. A pesar de haber gobernado en su mayoría sin oposición y con  un congreso y un sector privado genuflexos, Bukele arrastra un crecimiento económico similar a los gobiernos anteriores

Los datos  lo confirman: deuda externa cercana al 90 % del PIB e; la pobreza está en alza; la educación y la salud pública están desfinanciadas; la inversión extranjera directa es marginal y el crecimiento económico es el más bajo de Centroamérica. En cinco años, mientras destruía la democracia y elevaba la represión contra la disidencia salvadoreña, Bukele mantenía una economía mediocre y una deuda fuera de control. 

Con la consolidación de su poder, el  relato del Bukele dictador es que su mano dura puede extenderse al terreno del mercado. Busca atraer inversión prometiendo un país sin sorpresas, donde el régimen asegura beneficios fiscales y permite una extracción acelerada de recursos. Pero esa promesa desafía el límite: El Salvador no tiene el peso geopolítico de Panamá, ni los recursos de Catar, ni la sofisticación logística de Singapur. 

Es un país pequeño y empobrecido, que además enfrenta un creciente daño a su reputación. Ese costo reputacional ya no es abstracto.. Para muchas empresas, invertir en El Salvador puede dejar de ser una decisión puramente económica para convertirse en un dilema ético. Hacer negocios con un régimen acusado de violaciones sistemáticas a los derechos humanos —incluidos secuestros y torturas de migrantes— implica riesgos concretos para la marca y la legitimidad corporativa. Solo inversiones con retornos extraordinarios podrían justificar una asociación de ese tipo. Chevron negocia con Nicolás Maduro porque el petróleo lo justifica. ¿Qué ofrece El Salvador? Poco, o nada. 

Centroamérica es un vecindario difícil: una de las regiones más desiguales y pobres del planeta, situada entre dos mercados gigantescos como Estados Unidos y Sudamérica. Aun así, en este entorno adverso, El Salvador va quedando rezagado. Honduras, Guatemala y la propia Nicaragua —otra dictadura, aunque menos mediática— superan al país en atracción de inversión extranjera. El régimen de Bukele, obsesionado con proyectar fuerza y control, ha hecho de sus mega cárceles un espectáculo internacional. Pero esa visibilidad, tan cuidadosamente cultivada, podría estar convirtiéndose en su mayor lastre. 

El autócrata salvadoreño alguna vez soñó con convertir sus memes en criptomonedas. Hoy, su principal exportación es un modelo de represión brutal, empaquetado como éxito gubernamental. El problema es que esa propaganda, eficaz en redes sociales, también lo expone a procesos internacionales por crímenes de Estado. Su imagen, cuidadosamente construida para el consumo digital, empieza a cargar con el peso tóxico del plomo. La estabilidad autoritaria que Bukele proclama encierra una paradoja fatal: la continuidad de su régimen depende de los caprichos impredecibles de un dictador que gobierna un reino precario.