El año del sátrapa

El Faro

Fuera máscaras. Envalentonada por su renovada relación con Estados Unidos, la dictadura se lanzó abiertamente en 2025 a la cacería de toda persona crítica o incómoda, ya sin siquiera pretender legitimidad en sus acciones.

El Gobierno de Trump le vino como un regalo en el momento justo: cuando la economía naufragaba; cuando los familiares de detenidos comenzaban a desesperarse y los escándalos de corrupción del gobierno ya no podían ocultarse con más promesas de hospitales, de escuelas, de aeropuertos, de ciudades Bitcoin.

Apenas estrenado en el cargo, el Secretario de Estado, Marco Rubio, visitó El Salvador en febrero y selló con el presidente Nayib Bukele un pacto feliz para ambas partes: El Salvador recibiría a todos los “indeseables” que Estados Unidos quisiera enviar; a cambio, Bukele obtendría licencia para extender el proyecto dictatorial de su grupo familiar (y el compromiso de que los nueve pandilleros detenidos en Nueva York, testigos de su alianza criminal, serían devueltos). La democracia y los derechos humanos, pilares de la política exterior estadounidense desde el fin de la Guerra Fría, fueron eliminados de golpe en un muelle del lago de Coatepeque.

Entonces la dictadura arremetió. A finales de ese mismo mes detuvo por segunda vez a Fidel Zavala, un hombre que, tras permanecer 13 meses en prisión, salió a dar testimonio sobre las torturas y vejaciones que custodios del sistema penitenciario cometen contra los más de 80,000 capturados durante el régimen de excepción.

En mayo detuvo al presidente de la comunidad El Bosque, José Angel Pérez, y a su representante legal, Alejandro Henríquez, por llegar hasta las puertas de la residencial en la que vive para solicitarle evitar el desalojo de los pobladores. La protesta, dijo Bukele, estaba organizada por oenegés extranjeras, lo que sirvió de pretexto para que su Asamblea aprobara sin discusión y con dispensa de trámite una ley de agentes extranjeros que básicamente imposibilita la labor de organizaciones de la sociedad civil que reciban fondos del extranjero.

Ese mismo mes agentes de la Policía detuvieron a la abogada Ruth Eleonora López, directora de la Unidad Anticorrupción de Cristosal y una de las más efectivas voces de la sociedad civil en la denuncia de violaciones de derechos humanos y corrupción.

Mayo inició con la publicación del primer número de nuestra revista, que llevaba en portada una entrevista con dos cabecillas de la pandilla Barrio 18 Revolucionarios en la que detallaban el pacto con Bukele. La publicación, que cimbró las narrativas oficiales, aceleró también la persecución de periodistas. Las visitas policiales a casas de reporteros y editores se multiplicaron. Dos meses después, medio centenar de periodistas salvadoreños habían abandonado el país. El estado policial cerraba la pinza.

No ha sido, por otro lado, sorpresivo. El manual de los dictadores contempla la persecución de toda voz crítica o capaz de cuestionar su narrativa. En los regímenes autoritarios y dictatoriales, la crítica, para neutralizarla, debe ser criminalizada. Y la crítica, en un país que ya no cuenta con verdadera oposición política (salvo muy honrosas excepciones individuales), reside ahora entre periodistas, abogados y activistas.

El periodismo salvadoreño ha demostrado en los últimos años que la corrupción del bukelismo es no solo de dimensiones mucho mayores que la de gobiernos anteriores, sino que es tolerada, protegida y ejercida desde la cabeza. La familia Bukele ha aumentado considerablemente su fortuna mientras ha cerrado todos los mecanismos de rendición de cuentas. Sus funcionarios tienen también licencia para enriquecerse con dinero que no está llegando a la población. A ello se suman las investigaciones que documentaron las asociaciones de la dictadura con organizaciones criminales, incluyendo su sociedad con las pandillas; los abusos policiales y las mentiras de la propaganda oficial. El periodismo ha hecho su labor.

Los defensores de derechos humanos, también, han llevado registro de los abusos, han documentado el retorno de la tortura sistemática en las prisiones y la imposibilidad para un detenido bajo el régimen de excepción de defenderse legítimamente. Su credibilidad ha abierto una grieta en la imagen de Bukele en el exterior, que la dictadura ya no parece dispuesta a tolerar.

A principios de junio fue detenido sin orden judicial Enrique Anaya, un abogado constitucionalista y abierto crítico de la dictadura.

A finales de ese mes, una encuesta de IUDOP-UCA reveló que seis de cada diez salvadoreños tienen miedo de criticar al Gobierno. En esta nueva etapa, la adoración que Bukele exigía de la población se va convirtiendo en miedo.

Nayib Armando Bukele cumple dieciocho meses ya ocupando de facto la Presidencia de la República, contra los límites establecidos en la Constitución. Y cumple setenta y ocho meses de haber iniciado la construcción de un autoritarismo corrupto, como ordena el manual del dictador, en el que todas las personas a su alrededor participan también de la corrupción, porque esa es también una manera de control.

La dictadura cleptocrática ha logrado afianzarse firme este año que termina, pero mucho se debe al cambio de gobierno en Estados Unidos. Mientras Trump ocupe la Casa Blanca, y mientras Bukele le dé lo que quiere, la dictadura se siente segura. Pero aquí está también una de sus principales vulnerabilidades: su impunidad es ahora dependiente. Depende de que Trump, un hombre voluble, no le retire su protección.

A medida que pasa el tiempo crece también el descontento interno: más personas afectadas por la represión desatada; más ciudadanos negándose a participar en las mentiras del régimen; más personas indignadas ante un poder inmoral. Ya hay pequeños grupos de personas organizadas alrededor de ese descontento. Y ese descontento es, necesariamente, un acto político.

Si 2025 es el año en el que la dictadura se quitó la máscara y apretó, es también el año en el que el péndulo inició el camino del retorno. El descontento ha comenzado a echar raíces. Esta es la paradoja que nos regala la historia: entre más cabezas cortan los tiranos, más raíces crecen.