Hace más de dos años, a inicios de 2023, creamos una sección para intentar recoger el horror que salía desde las cárceles del régimen de excepción decretado por Nayib Bukele y los suyos en marzo de 2022. Algunos de los periodistas de El Faro empezaron a apostarse afuera de las cárceles, a la espera de que saliera algún cuerpo cadavérico; a tocar las puertas de organizaciones humanitarias y viajar a cantones refundidos en la geografía salvadoreña, para entrevistar a quienes habían sido liberados tras semanas, meses o años de padecer las prisiones donde se acumulaban miles y miles de salvadoreños bajo procesos judiciales secretos.
Lo que recogieron fue espantoso: gente asesinada el primer día de su entrada al penal. Porque sí. Por custodios que no tienen idea alguna de las pruebas con que se acusa a esos cuerpos. Gente asfixiada, gente gaseada, gente colgada, gente arrodillada, gente sangrando, abortando, gente quebrada. Muertos. Porque sí. Porque el bukelismo decretó que todos eran pandilleros, tuvieran o no tatuajes, tuvieran o no antecedentes. Porque el bukelismo los declaró “no personas”, “no ciudadanos”, malos. Y a esos malos se les puede hacer lo que sea.
Pero cuando los periodistas de El Faro llegaron hasta sus casas no encontraron a pandilleros tatuados ni a personas con récord criminal. Encontraron, asustados y traumados, a decenas de salvadoreños pobres que habían salido de esos centros de tortura y que contaron, conteniendo el llanto, lo que atestiguaron. Eran obreros, albañiles, campesinos, vendedoras, pescadores, motoristas, maestros. Eran lo que contiene esa construcción que tanto le gusta repetir a Bukele: El Pueblo.
Una licencia para torturar y matar ha sido otorgada a los custodios carcelarios desde ya hace demasiado tiempo. Y muchos de ellos la han ocupado de la más sádica forma, que recuerda a las barbaries que narraron los sobrevivientes de las cárceles clandestinas que los militares controlaban durante nuestra guerra civil.
Para contar todo esto, para que no quede en el olvido ni parezca que son cuentos de horror esporádicos, hemos dedicado esta edición de El Faro Mensual a compilar los 27 testimonios de sobrevivientes. Establecimos patrones, identificamos al menos a un torturador, escuchamos 13 testimonios de testigos directos de asesinatos perpetrados adentro de las prisiones y le dimos el contexto político indispensable sin el que este horror no podría entenderse, y que puede resumirse en una escena: los diputados del bukelismo aplaudiéndose a sí mismos por haber prolongado, una vez más, y otra vez, el régimen, mientras de las cárceles salen gritos de espanto.
Con el tiempo, la dictadura y sus operadores deberán responder por todos estos tormentos. Nosotros hacemos nuestra parte: dejamos registro. Con el tiempo, también, como sociedad tendremos que agradecer a estos sobrevivientes que a pesar del pánico no enmudecieron, que dieron la cara en muchos casos y dijeron que allá adentro de esas cárceles de tortura quedan muchos más, decenas de miles más, padeciendo la ignominia. La valentía de esas personas es de las que cambian el futuro.
Este video es el resultado de años de trabajo condensado en un solo producto durante un insomne mes, y un intento periodístico de que en un mundo lleno de monstruosidades esta no pase desapercibida.
Si bien es el único material central de esta edición, les ofrecemos también las secciones fijas de la revista, y nuestro director Carlos Dada entrega el sexto capítulo de su pódcast Malas Compañías, en conversación con la costarricense Anacristina Rossi, escritora y prominente activista ambiental, que fue amenazada de muerte por oponerse a proyectos turísticos en aquel país al que cada vez le calza menos lo de “la Suiza de Centroamérica”. Y Carlos Martínez nos deja una nueva columna de audio en su sección Cuervo Ingenuo: empieza hablando de extraterrestres y termina hablando de una muy terrícola barbarie. Y en El Archivo de El Faro, donde revivimos piezas del pasado que nos siguen hablando hoy, una crónica de 2011 que provoca náuseas por momentos, y en la que José Luis Sanz y Pau Coll pasaron una noche entera en Mariona, y salieron asqueados de lo que vieron.
Sin ninguna intención de cerrar esta carta con una nota positiva, les pido que entren a esta edición con esta frase en la cabeza, una que la sobreviviente Dolores Almendares dirigió a los salvadoreños que siguen felices con la dictadura: “mientras haya un régimen, todos somos candidatos”. Candidatos a padecer el horror.